(...)
Es muy importante comprender que somos organismos mucho más
complejos de lo que hoy creemos. Nuestro cerebro –una de las realizaciones más
delicadas de la evolución material- generalmente opera muy por debajo de sus
posibilidades. En nuestro estado de conciencia habitual no nos damos cuenta que
estamos identificados con un aspecto muy pequeño de nuestro ser.
Por esta razón
la psicología moderna tiene muchas dificultades para comprender la dinámica
profunda de la psiquis. En sus corrientes principales aún no acepta la
existencia de distintos estados de conciencia y la importancia de su
florecimiento natural. En su estado actual la mente humana vive en un estado de
ensoñación; estamos habituados a movemos en un nivel de muy baja energía en el
que no queremos interrogarnos acerca del conjunto de ilusiones que hemos
creado.
Cada uno de nosotros siente de un modo casi irrefutable que posee una
existencia absolutamente independiente de los demás. No nos experimentamos como
seres intrínsicamente vinculares sino como entidades autónomas que se
relacionan externamente entre sí. Cada ser humano se siente el centro de un
universo particular y utiliza toda su energía para que el mundo tome la forma
que "yo necesito". Realizamos tremendos esfuerzos para que la
realidad satisfaga las necesidades con las que nos hemos identificado.
Esto es evidente en el dictador que invierte gigantescos
caudales de energía en someter a toda una sociedad a los objetivos de su mente.
Ha identificado sus objetivos personales con los de dios, el pueblo o la
humanidad y esas racionalizaciones alimentan su determinación. Ese centro del
universo se siente más potente que los demás y quiere lograr lo que se ha
propuesto a toda costa. Pero el niño que enloquece a una familia entera para
obtener la golosina que apetece no es distinto al dictador. Ha desarrollado
eficaces estrategias de control a fin de lograr sus deseos y las lleva a cabo.
Todos hacemos esto; cada "centro del universo" puja por sus supuestos
derechos mediante las estrategias que supo desarrollar. El yo es un dictador;
más o menos astuto, más o menos caprichoso, violento o benévolo.
Hemos creado un mundo centrado en nosotros y estamos convencidos
que tenemos el derecho absoluto a que sobreviva y se expanda. Es obvio que
tarde o temprano estos mundos autocentrados entrarán en colisión desatando el
abierto choque de voluntades o el oscuro juego de las manipulaciones; los egos
supuestamente más maduros han aprendido a negociar en la intrincadísima
coreografía de la respetabilidad social. Pero el conflicto es inevitable, así
como la insatisfacción; surgen de la lógica misma del yo: el centro solo puede
dominar, manipular o negociar. Las ideologías procuran modular estos conflictos
de distinta manera; y las religiones han intentado persuadir al yo para que
ceda en esta vida a cambio del paraíso en la otra. Pero los ideales morales
tarde o temprano revelan sus negaciones, racionalizaciones, represiones,
hipocresías o escapismos. La realidad subyacente al ideal se manifestará con
aún más sufrimiento y desilusión. El yo es un estado de la mente que no puede
dejar de ser egoísta; es su naturaleza.
Nos resistimos tozudamente a aceptar que somos vínculo.
Que
no tenemos una existencia previa a las relaciones que nos constelan. Somos
relaciones en movimiento. Nacemos del misterioso entramado de nuestras
familias; somos arrastrados por las inconcientes corrientes colectivas del
deseo; nuestra mente no va más allá del campo trazado por los sistemas de
creencias y los lenguajes; somos producto del torrente genético, de la
prodigiosa evolución de las especies.
Y por detrás de estos asombrosos
entramados, las estrellas y los planetas ordenan irrevocablemente nuestras
vidas con sus inmensos e incomprensibles movimientos Y sabiendo todo esto aún
pretendemos ser entidades absolutamente independientes.
¿Existen otros niveles
de conciencia cuya expresión no sea el egoísmo? ¿Puede manifestarse en nosotros
la maravillosa inteligencia vincular que está en nuestro origen? ¿Es posible
que tan solo seamos vehículos de relaciones infinitas, en un movimiento que no
tiene fin?
En esta columna insistimos que estas preguntas han dejado de ser
metafísicas, "espirituales" o propias de algunos pocos individuos.
Vivimos un tiempo que nos exigirá cambiar radicalmente nuestro enfoque de la
realidad. Nuestros dramas y conflictos personales no se pueden resolver; solo
se pueden disolver en una percepción diferente de la realidad.
Surgen de las
ilusiones y creencias nacidas en la inmadurez de la mente humana a lo largo de
los siglos; una mente muy pequeña que construyó un mezquino y cruel laberinto.
Pero cada vez que un corazón encuentra el espacio en el que se disuelven las
ilusiones, una construcción colectiva se desmorona y una nueva energía comienza
a circular. Una energía que no se origina en el hombre pero que necesita de
nosotros para ser expresada.
Extraído de Artículos del sitio de Casa XI
http://www.casaonce.com/articulos
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